Moby Dick chapoteando en una palangana, un cuento infantil escrito a golpe de nudillos en las paredes de una mazmorra, evoca Rosencof

Mauricio Rosencof

Los rehenes tupamaros en la dictadura no eran solamente luchadores por la liberación nacional recluidos sino también hijos y padres que sufrían con los pesares de sus seres queridos y sentían felicidad con sus alegrías, dimensión que Mauricio Rosencof, con su último libro ‘Por los chiquitos que vienen’, busca transmitir en esa “carrera de postas con el tiempo que tenemos por vía sanguínea y emocional”. 

En su columna en INFO 24 el exdirigente guerrillero se refirió a “un capítulo” de esa obra que al leerlo “da la impresión de que estamos presos militantes, combatientes, revolucionarios, lo que quieras, pero cuando estabas ahí no todo el día estabas pensando en eso, no todos los días estábamos organizando brigadas internacionales que bajaran de los Andes y socializábamos todo el continente”.

En aquella peripecia de supervivencias compartidas “el Pepe tenía su tragedia, que se volvía en cada visita de su madre, preguntándole si no tendrá algún nietito por ahí, que lo necesita”, ejemplificó.

“O el Ñato, que su hija había nacido en un cuartel, y que no sabía qué hacer porque venía llorando porque la desnudaban, y el padre con las esposas bajo la mesa, atado en una pata”, evocó el Ruso.

Rememoró que “iban a terapia las chiquilinas, con mi hija pasaba lo mismo, y un comentario era ‘papá no tiene manos’; todo eso daba lugar a una actividad emocional, que uno tenía que encontrarle una vuelta para comunicarse” en el contexto de un régimen de reclusión diseñado para, entre otros objetivos, impedir la comunicación.

Sobre aquel periodo recordó después “la historia que le conté al Ñato cuando me dice, ‘bueno’, va a ‘mantener las visitas’” de la pequeña hija aunque le pesara que lo viera así, “pero cómo hace, porque yo le recomendé: ‘cuando venga, que te haga un cuento’”.

Rosencof intentaba así que la hija de Eleuterio Fernández Huidobro “diga no ‘voy a ver a papá que está preso’ sino ‘voy a ver a papá que me hace un cuento’”; el diálogo se desplegaba con “todo escrito en la pared a golpe de nudillo, ¡andá a recuperar vos los sonidos de esa historia!; ‘está bien, pero no sé cuentos’”, le respondió el Ñato.

“A partir de entonces le pasé algo que es una novela escrita, que quedó en la pared, en las paredes, porque nos cambiaban y seguíamos, y cada vez que él venía le contaba otra historia, los sueños de la chiquilina, que se le realizaban los sueños”, graficó.

“Y solo pudieron acomodarla un poco porque consiguieron un reductor de sueños realizados, entonces tenías a Moby Dick chapoteando en la palangana”, describió de aquellos improvisados relatos nacidos de amores que no claudicaban ante los desgarros; y entre tanto “boliche, sufrimiento y militancia” narrados en el libro, “esta era una razón también de nuestra militancia”, celebró el Ruso.

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