Cuando concebimos determinadas representaciones como sujetos de amenaza existen estos problemas, advirtió socióloga sobre ataque a joven

El episodio del sábado en Punta del Este donde un adolescente fue atacado, golpeado, perseguido en la calle y amenazado de muerte por un grupo de vecinos que pensaron era un ladrón por su indumentaria según denunció el domingo su padre, un conocido docente de Filosofía y asesor del gobierno en la ANEP, fue interpretado por la socióloga Verónica Filardo en Nada Que Perder de M24 como “una reacción de distinción de alguna manera: el pobre en algunos lugares no tiene que estar, y si está en algunos sitios permite esa tipificación y por lo tanto las conductas que muestra este caso”.

Filardo señaló que “el caso está presentado como uno bastante claro de estereotipación, o de tipificación, que es bastante común en distintos planos en la sociedad”, es decir que “actuamos en función de tipificar al otro, en función de su apariencia, o de su conducta, etcétera, y esa representación que tenemos nos hace actuar de determinada manera; el punto es cómo se construyen determinados estereotipos de ladrones, o de mujeres ´ligeritas´, o de migrantes” u otros, “y esto significa que cuando nosotros concebimos determinadas representaciones como sujetos de amenaza, existen estos problemas, obviamente; (…) esto, como sociedad, nos permite reflexionar acerca de cómo estamos construyendo al otro, al distinto de nosotros, y cómo reaccionamos frente al otro; esto no necesariamente se produce en términos de relaciones sociales sino que eventualmente también puede estar instalado en los organismos públicos”, dimensión que Filardo ejemplificó citando un estudio de un sociólogo francés en torno a los estereotipos que configuran el imaginario con que se manejan los efectivos policiales galos.

En otro estudio, realizado en nuestro país por Filardo y otros investigadores “hace muchos años”, emergió la evidencia de que “algunas marcas construyen a los sujetos peligrosos e incluso condicionan” que ciertos “espacios públicos no puedan ser usados o que sea necesario desplegar una serie de estrategias para prevenir determinadas situaciones por parte de los ciudadanos, en esta investigación, de Montevideo; y esas marcas estaban muy asociadas al ser pobre, al ser varón y al ser joven; específicamente, el ser joven estaba muy correlacionado a un discurso automático a la inseguridad; estos mecanismos, de construcción de los sujetos peligrosos, necesariamente deben ser deconstruidos”, planteó como desafío social.

Asimismo, “en las investigaciones que habíamos realizado hace ya más de 15 años, era absolutamente marcado” un registro inverso de discriminación social, “cómo los jóvenes que no son pobres tienen que acreditar no serlo, para no ser tratados de determinada forma; que es un poco lo que de alguna manera revela este propio evento” del sábado, ya que el joven veranea allí y es rapero, por lo que viste ropa ancha y gorra con visera, por ejemplo.

Filardo también analizó el episodio como una expresión de la segregación   territorial que genera una sociedad dividida en clases; “lo que yo interpreto que sucede acá es no una fobia al pobre” sino “una reacción de distinción de alguna manera: que el pobre en algunos lugares no tiene que estar, y que si está en algunos sitios permite esa tipificación y por lo tanto las conductas que muestra este caso; si ese mismo chiquilín se hubiese visto en otro lugar, probablemente no hubiera generado esa reacción; la fobia no es general al sujeto, es al sujeto en determinados lugares y situaciones, es ´yo no comparto determinados espacios con ese otro´”, cuyo lugar sería otro; y de hecho, apuntó como otro ejemplo ligado al episodio, “en el relato de Pablo Romero”, quien es profesor, padre del joven atacado, y denunciante, “en la descripción del caso en su post él también tiene que acreditar por qué veranea en Pinares y no en la Costa de Oro” o en cualquier otra área de descanso que sea frecuentada por capas medias u otras clases subalternas.

De modo que “estos procesos de distinción también son procesos de exclusión”, por ejemplo “cómo en los colegios privados hay determinado ´estilo´ que se comparte, y cómo también encontramos ´estilos´ distintos en el Club de Golf, etcétera; hay procesos de exclusión relativa de espacios y de la aceptación del uso de esos espacios; por eso intentamos en general rodearnos de ´gente como uno´, de los que comparten nuestro habitus, de los que comparten nuestra forma de ver la vida, de ver el mundo; y aquel que sea definido como otro, tiene ese ´problema´ de no estar en el lugar que le corresponde, el término es ´el  lugar de uno y el lugar del otro´”, anotó.

Filardo y otros analizan “esta idea” del sociólogo francés Pierre Bourdieu “también en las trayectorias educativas: cómo las propias instituciones educativas eventualmente muestran desde muy temprano a determinados niños, que provienen de determinados contextos, que se comportan de determinada manera, que son disfuncionales a la propia institución, le muestran sistemáticamente que ese no es el lugar de esa persona; y el niño termina incorporando que el centro educativo no es su lugar”, reflexionó.

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