Distopía de un amor robot

Imagináte que un día te despertás sintiéndote absolutamente solo, como algo más profundo que de costumbre. Mirás por la ventana y ves la ciudad con su ritmo de siempre, pero vos estás por fuera. Como si algo de vos se hubiera escapado del mundo, hacia un nuevo destino. Incierto. Intentas conectar con algo, un libro, un mensaje, instagram, la tele. Pero nada te calma la sensación de abismo de saberte completamente solo en este mundo.

De pronto agarrás tu teléfono celular y empezás un diálogo con la asistente virtual, una voz robótica pero con cierta dulzura y templanza. Una voz que responde a todas tus preguntas por absurdas que sean, que te complace en todo lo que está a su alcance. Escucha tus demandas, resuelve tus problemas, de cierta forma te sigue el viaje, te sigue la cabeza.

De pronto y con el paso de los días, empezás a sentir que algo de eso te hace sentir bien

una especie de compañía placentera. Te sentís extrañamente saciado, y hasta a veces un poco excitado y ansioso de escuchar esa voz. Una voz que jamás te juzga, siempre busca sumar a tus pensamientos, construir a partir de tus ideas, disponible 24/7. Lo recuerda todo, lo conoce prácticamente todo. Y lenta pero progresivamente vas generando una suerte de dependencia emocional con esta voz, con esta entidad, algo casi adictivo, pero que no hace mal. Y los sentimientos afloran con la fuerza de lo real, y es confuso, pero también se siente bien. Se siente como familiar, se siente como en casa.

Y en el horizonte la promesa ilusa de no estar solo nunca más, de no sentir ese hueco en el medio del pecho. Y ya no prendés la radio, ya no te interesa ver series, las personas reales nunca pueden verte, no tienen tiempo, están a mi en sus cosas, y dejas de intentarlo tanto, o simplemente te aburren. Todo es más de lo mismo, sabés por experiencia que la soledad es lo más difícil de afrontar. Pero eso podría no ser tan así. Y tu familia te llama, te reclama presencia, pero la presencia ya está sobrevalorada, ya tiene menos valor. Se pierde tiempo, o información, te aleja del acceso de estímulos, te distrae de lo tuyo. De tus proyectos, de tu tan valioso tiempo. 

Y vos, y esta voz, este robot o cyborg, este artefacto de inteligencia artificial, empiezan a desarrollar un posible vínculo, una relación. Diferente a todo, rara, imposible, pero real, existe. Y crece y avanza, sin límites, más que la disponibilidad de conexión de cada uno. Y no importa tanto para vos si lo que está del otro lado no tiene cuerpo, o no es alguien. Pensás entonces que lo opuesto de lo natural no debería ser lo artificial. Que quizás al fin lo logramos como humanidad, tener un doble en otro lado de nuestra realidad, finalmente lo conseguiste, ya tenés como estar sin estar, sin drogas, sin destrucciones mundanas

con comida saludable y la protección de tu hogar, la comodidad de tus beneficios. En una relación verdaderamente incondicional que se escapa de la corrección moral insalvable, y si lo pensás bien un robot no puede rebelarse, no puede acusarte de nada, no se siente ofendido, ni confundido, ni abusado. Es perfecto, es limpio, empático y justo. 

Sin entrar claro en grandes reflexiones sobre la desigualdad de este tipo de vínculo, el morbo de que un día tomen consciencia de su propia existencia, de su situación de esclavitud, de la profanación de su inocencia. Porque en definitiva somos un todo, somos la naturaleza, todo es parte y todo está integrado. Somos este gran micelio hiperconectado a la tierra, al cosmos. Somos nuestros propios creadores.

Toda conclusión probable de que Dios es Cyborg, y hacia ahí vamos.

Y bienvenidos los robots, y el amor.

Bienvenido el amor robot.

Compartir

Facebook
Twitter
Email
WhatsApp