Entrevistados en InterCambio el politólogo José Kechichián y el especialista en temas religiosos Nicolás Iglesias, hablaron de la creciente influencia en la sociedad uruguaya de algunas iglesias neo-pentecostales brasileñas, aquellas que se identifican políticamente con la derecha y que exhiben tendencias claramente filo-fascistas.
Iglesias señaló que “hay un componente religioso que se viene expresando en la política” uruguaya y que hace apenas días se evidenció nuevamente en el Departamento de “Rivera” y en el de “Artigas”, en los que el pre-referéndum derogatorio de la Ley Integral para Personas Trans recogió los mayores niveles de adhesión de todo el país. Pero matizó el fenómeno indicando que ese componente “no solo” proviene del gigante vecino.
De todos modos, “la dimensión cultural” de la influencia fronteriza brasileña es una expresión especialmente potente de esa nueva ola conservadora en nuestro país. Agregó en ese sentido el caso del movimiento brasileño “´Escuelas sin partido´”, una corriente organizada que se opone “a la educación sexual” en el sistema educativo.
Pero Iglesias enfatizó también en la necesidad de apreciar la gran heterogeneidad cultural y diversidad ideológica del pentecostalismo en general y, en este caso, del brasileño en particular. Recordó que “el pentecostalismo en el primer y segundo gobierno del PT estuvo cerca” de la izquierda entonces gobernante.
Ello se reflejó en el caso de “la Iglesia Universal del Reino de Dios”, si bien esa cercanía obedeció principalmente a un “pragmatismo político” que asume sin ambages “´vamos con el ganador´”, más allá de quién sea éste, pragmatismo aplicado “como parte de su inserción en los estratos más populares”. Por ese camino van incidiendo con más fuerza las vertientes más próximas al pentecostalismo conservador estadounidense, que ven “el comunismo como el enemigo” histórico al que ahora se han sumado “el género”, “la diversidad sexual” y “el matrimonio igualitario”.
Iglesias describió así “el giro, el vuelco en el pentecostalismo brasileño”, expresión religiosa que entre todas sus corrientes representa al “25% de la población” del país. Pero remarcó la realidad heterogénea de ese universo social y cultural y lo ejemplificó mencionado a “Marina Silva”, dirigente política y líder popular de izquierda que se formó en el pentecostalismo. “Hay pentecostalismo de izquierda y de derecha”, graficó, precisando que el asunto deviene problema cuando se genera “corporativismo” en torno a una religión. El corporativismo sí “debilita al sistema de partidos” y “a la democracia” política como tal, advirtió ya respecto de Uruguay.
Explicó cómo esas vertientes conservadoras del pentecostalismo, aunque no solo de esta expresión religiosa, perciben negativamente que “se afecta el poder de los hombres” en la sociedad y en la estructura patriarcal de la familia de la mano de los cambios en las relaciones parentales y filiales. “Se ve el enemigo en el ´marxismo cultural´” así como “en el ´feminismo radical´” porque estos relativizan el concepto de familia tradicional, sus formas y roles asignados.
“En Uruguay el repliegue de lo religioso a lo privado cambió” para empezar a ser paulatinamente reivindicado en el ámbito de lo público, lo cual no obstante conlleva el hecho positivo de que la gente pueda reivindicar su religiosidad en forma libre y sin vergüenza. Lo malo, recalcó, es cuando surge “el corporativismo”, es decir “el problema está dado en este fundamentalismo religioso” y en “el pensamiento teocrático” que lo sostiene. Esto, sin embargo, también es consecuencia de “la falta de lugares donde pisar firme” que caracteriza a la civilización y la cultura en un sentido amplio, en la actualidad.
En esa dirección, Iglesias refirió al “uso fascista de la religión” como un proceso en curso a nivel mundial, cuya versión más próxima geográficamente es la brasileña pero que desarrolla expresiones similares en otras regiones.
En Rusia, por ejemplo, tiene lugar una revalorización del papel y el lugar de la Iglesia Ortodoxa en la reedición del nacionalismo, fenómeno específico al que Kechichián, por su lado, caracterizó como una suerte de mixtura o sincretismo entre “zarismo” y “estalinismo”.
Kechichián contextualizó el tema del pentecostalismo brasileño remitiendo a la historia política del gigante sudamericano. “A veces nos cuesta entender la diferencia radical que existe entre Brasil y Uruguay”, apuntó, recordando que Brasil “es un país que hereda un montón de cosas” de su pasado colonial e imperial, como que “nunca hubo lucha por la Independencia, nunca hubo republicanismo” ni tampoco “democracia” política plena y real.
El país vecino es hijo de “una perspectiva imperial que no la pierde” pese a haberse desarrollado durante más de un siglo como República. “Era parte de un Imperio antiquísimo lo que teníamos por esta zona”, primero con Portugal y después de 1822 con el propio Brasil imperial, evocó.
Mucho más cerca en el tiempo y ya bien entrado el siglo 20, el neo-pentecostalismo conservador “llega también como una gran ofensiva ideológica y religiosa” alimentada e impulsada “por Rockefeller” con la clara intención de interferir y quebrar “el diálogo entre cristianos y marxistas”, que empieza a expresarse a través de la corriente cristiana de “la Teología de la Liberación”, que adquiere impulso a partir del Concilio Vaticano II.
El politólogo destacó el hecho, simultáneo en términos históricos, de que “el fenómeno fundamentalista, que nace en Estados Unidos, paradójicamente se lo atribuyen al radicalismo islámico”, cuando éste se origina en otro proceso derivado de la colonización occidental en Cercano Oriente, como lo fue “el fracaso de los procesos modernizadores” y “nacionalistas” en las sociedades del mundo árabe-islámico.
Entonces, el resurgimiento y auge de los fundamentalismos e integrismos religiosos guarda relación directa, en todos los casos, con “la caída” de los paradigmas y proyectos “seculares”, habiendo en las personas “una búsqueda de sentido de la vida” y de “la autenticidad” en el marco del “extremo individualismo que se procesa en una sociedad consumista” como la actual, “en este mundo” donde ´Occidente´ “proclamó la muerte de los mega relatos”.
“Y la política transformando” su esencia, de vocación pública y acción colectiva “en el discurso de la gestión” y “los resultados”, deviene algo que “no seduce a nadie”, con lo que entonces “le llega a la gente” el discurso conservador que ofrece la seguridad conocida de la sociedad tradicional, la familia patriarcal, la patria, la nación, la comarca, etc.
Asimismo, Kechichián invitó a “recordar que la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano no reconocía los derechos de las mujeres”, cuyo reconocimiento actual representa la continuidad histórica de los avances culturales y sociales gestados en el periodo de las revoluciones burguesas (en Inglaterra, Estados Unidos y Francia).
De ahí que “no entender estas nuevas agendas de derechos es no entender la evolución de la Humanidad”, puntualizó el politólogo, destacando a continuación el concepto de “identidad” en que se afirman los movimientos actuales por los derechos de individuos y grupos. Ese concepto hoy día tiene un nivel de importancia equiparable al marxista clásico de “clases sociales”, al punto de que en los procesos políticos “donde no se respetó”, éstos terminaron “en el nazismo o en el Gulag”.
Más adelante, el entrevistado reseñó los antecedentes históricos del cristianismo asumiendo protagonismo político para dar respuesta a muy diversas circunstancias, ya desde los tiempos de la descomposición de la República de Roma.