José Kechichián: no puede haber una concepción republicana, liberal, democrática que no tenga en cuenta los problemas de las emociones y la ética

Entrevistado en InterCambio el politólogo y especialista en religión y política José Kechichián, analizó históricamente el actual auge de las religiones junto a la crisis de los paradigmas legados por la Modernidad, a luz de la pugna que el catolicismo y el pentecostalismo libran en América Latina para ganar espacios de influencia en la sociedad y el Estado.

Kechichián enmarcó la evolución histórica de la Iglesia Católica local y su limitada influencia respecto de otros casos latinoamericanos, en el hecho de que “Uruguay fue una colonia tardía” y por lo tanto “no” tuvo “una Iglesia colonial como México” y otras sociedades del continente. Es que nuestro país tuvo desde su origen como colonia tardía “una sociedad implantada” y en su devenir “la Iglesia acá nunca tuvo una fuerza” muy considerable.

En su momento, sin embargo, “la Constitución del ́30 establece la religión Católica Apostólica Romana como la iglesia oficial del Estado”. En aquel entonces, la naciente República Oriental aún luchaba por autonomizarse efectivamente de los centros de poder de la incipiente Argentina y el Imperio Portugués. Consecuentemente, “en ese periodo todavía dependía de Buenos Aires la Iglesia” que regía a la grey católica del Uruguay.

Ya hacia mediados del siglo 19 “el patriciado” oriental “queda arruinado por la Guerra Grande”, perdiendo influencia política y así debilitándose la incidencia de la Iglesia al estar asociada a aquella clase desde siempre.

Entonces “en Uruguay hay una fuerte impronta del espiritualismo ecléctico” y “del romanticismo” en la burguesía en plena formación, “y posteriormente esa clase que va en ascenso (...) se vuelca al positivismo”. Así, “el empresariado” abraza las ideas del filósofo francés Auguste “Comte” y sus planteos sobre “los mitos” y la filosofía de “la ciencia”.

En ese periodo de merma de su influencia “la Iglesia está pugnando” por su poder en la sociedad y el Estado, hasta que -por negarse a enterrar a un masón importante- el presidente “Bernardo Berro decreta la secularización de los cementerios”. A partir de eso, todo lo que conocemos naturalmente como registro civil “pasa al Estado” sucesivamente, y con el gobierno militar de Lorenzo Latorre se instaura “la Educación pública y gratuita”.

En ese lapso del “militarismo”, en la República se produce “un impulso radical a la secularización” del Estado bajo los gobiernos de Máximo “Tajes” y Máximo “Santos” y un tránsito definitivo “hacia la laicidad”. El académico apuntó que “el modelo francés” de secularización “se radicaliza más en Uruguay que en Francia” durante el periodo militarista. “Lo que Jean-Jacques Rousseau llamó una religión civil, una religión política”.

En las décadas siguientes y en el curso del proceso de conformación nacional, “el krausismo tiene una influencia” significativa, con su impronta “solidarista”, sobre el ideario del batllismo. “En Uruguay fue donde el krausismo arraigó” más entre todos los países de América, explicó.

Con esa orientación, “el proyecto de divorcio (...) en 1912 (...) culmina con la sola voluntad de la mujer (...) muy temprano en América” y en el contexto de un debate conceptual que contó con la activa participación de figuras de la talla intelectual “de (Carlos) Vaz Ferreira”, ejemplificó.

El docente señaló como elemento antitético en la dialéctica de aquel conflicto entre una religiosidad en retroceso y un secularismo en auge, que “la modernidad” concebida con aquella radicalidad “era excluir” cualquier atisbo de espiritualidad. Así, “todo esto termina cuando se pacta en la Constitución de 1918”, cuya letra “establece la separación entre la Iglesia y el Estado” por un lado, y que “el batllismo no va a nacionalizar los bienes de la Iglesia” por el otro. El gran articulador de ese pacto que marca el modelo definitivo de secularización “fue Alfredo Vázquez Acevedo”.

Kechichián trazó a lo largo de la entrevista una línea de tiempo hasta el presente y en ella indicó que “el fenómeno de religión y política en el mundo contemporáneo (...) viene erosionando la laicidad” y expresa una reacción a las exclusiones socioculturales impuestas por la Modernidad, y también a los horrores que produjo la Modernidad, como el Holocausto.

En este proceso, “la Revolución Islámica de Irán de 1979” es parte de ese “fenómeno que viene recolocando el tema de la crisis del paradigma moderno”, algo que fue “visualizado por (el filósofo alemán Friedrich) Nietzsche” y que pocas décadas después de éste se simboliza en “el Holocausto” con la planificación científica del exterminio de los judíos.

Esos abismos y exclusiones de la Modernidad abonan y germinan un “revival del pensamiento conservador”, que adquiere un decisivo impulso con la caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética, dando paso a teorías y planteos como los del politólogo estadounidense Francis “Fukuyama”, quien formula una idea pos-histórica; su colega y coterráneo Samuel “Huntington”, que postula y adelanta el ́choque de civilizaciones ́; y el historiador israelí Yuval Noah Harari, quien proyecta el próximo fin del homo sapiens y el advenimiento de un ́homo deus ́.

El entrevistado explicó que actualmente, “las transformaciones que vive el sistema son de una entidad tal que ya no hay necesidad de coacción” estatal para que las personas produzcan y reproduzcan su funcionamiento “porque el individuo es su propio patrón, se auto-explota y se esclaviza” en forma voluntaria y “ya no necesita la culpa” ni “la confesión”. En este presente ya posterior a la posmodernidad, el individuo está “auto-referenciado” a todos los efectos y así “el capitalismo va con un potencial productivo” inédito.

En esta época, “el pensamiento conservador arraiga en cuatro o cinco libretos” de signo negativo y ante estos, se fortalecen a modo de refugio “las luchas por la identidad” ya que las personas sienten una perentoria “necesidad de abrigo comunitario, de amparo” frente a una dimensión de la soledad que evoca la percepción de vulnerabilidad del individuo kafkiano, pero ahora por la retirada y el debilitamiento del Estado como protector.

Esos libretos determinantes de esta etapa son “la corrupción, la crisis económica, la crisis de valores y la anomia” de las sociedades, cuadro de descomposición de los restos de la cultura que produjo la Modernidad positivista en el que emerge como ilusión salvadora “el líder carismático”.

Este tipo de figura “encarna lo que está sintiendo una amplia clase media” en todo el mundo y “que se va tornar” decisivo capital “electoral”, como se ha visto en Brasil con el presidente Jair “Bolsonaro”, personaje que “va a tener apoyo de tres ejes de poder clave: el agro-negocio, las Fuerzas Armadas y la bancada evangélica”, el ́bloque del buey, la bala y la Biblia ́.

“Estas iglesias han penetrado en el tejido social” y con ello, la religión y la religiosidad emergen como “un factor de cohesión social” en una dinámica similar a la postulada hace poco más de un siglo por el sociólogo francés Émile “Durkheim”. Contemporáneo de éste, “luego viene” el multidisciplinario y prolífico pensador alemán Max “Weber” con su planteo de “des-agización del mundo” y su advertencia de tener “cuidado con la jaula de hierro que es la burocracia”, alerta que resultó “casi una profecía” apenas medio siglo antes del auge nazi-fascista en toda Europa.

A disposición del vulnerable y solitario individuo que sobrevive tras la debacle de todas las utopías gestadas por el positivismo y la Modernidad, incluyendo el retroceso del Estado como escudo de los débiles, “hoy hay mezquita digital, iglesia digital, sinagoga digital” y tantas otras opciones alejadas de la materialidad. Esta realidad habilita “una discusión mucho más profunda” sobre “cómo recolocar la secularización y la laicidad” ante “fenómenos” aparentemente inasibles y ajenos a los paradigmas modernos.

En ese transcurso de un siglo largo, las iglesias y expresiones religiosas en general llegan a este presente, de retorno y expansión, como reacción conservadora a su propio derrotero progresivo durante el siglo 20. Kechichián recordó en este sentido que “con la teología de la Liberación” en la posguerra y aún con más fuerza desde los años ́60, “América Latina estaba viviendo” una verdadera “efervescencia de la Teología de la Liberación”, ambientada dentro la Iglesia por el Concilio Vaticano II.

Contra esto surge la reacción conservadora de las iglesias pentecostales y evangélicas, que ya despuntaban en Brasil en los primeros años del siglo 20, y también una suerte de contraofensiva reaccionaria al interior de la Iglesia Apostólica Romana que se consolida y potencia en los años ́80.

Ya en estos años corrientes, “la Iglesia buscar recuperar espacios” frente a la potente “emergencia del fenómeno pentecostal” y afines, que “es muy fuerte” y gana creciente influencia social así como presencia en el Estado.

Apuestan a “marcar la agenda de las políticas públicas” y cosechan apoyo. “En un medio rural” como el de Brasil y otros latinoamericanos, “las cosas que son muy avanzadas del progresismo requieren una explicación”, por eso quizás “ocuparon más agenda de la que podrían merecer”, reflexionó.

El politólogo razonó que las sociedades deberían asegurar un lugar para la espiritualidad de las personas, siendo que “no puede haber una concepción republicana, liberal, democrática, que no tenga en cuenta los problemas de las emociones, de la ética, de una cultura que si no avanza realmente, el vacío de significado (...) da lugar a que irrumpan, incluso en clave fundamentalista, las religiones que le dan una respuesta a la gente”.

En esa lucha de espacios en Latinoamérica entre el catolicismo por un lado y el evangelismo y pentecostalismo por otro, “la potencia del pentecostalismo es que mientras para el catolicismo la vida es ́un valle de lágrimas ́”, el pentecostalismo ofrece “la ́teología de la prosperidad ́”, siguiendo el espíritu de la Reforma y el capitalismo fundante, donde “el signo de la salvación, según Calvino, es que tú prosperes, seas austero y salgas adelante” sostenido por la fe, el ahorro y el esfuerzo individual.

El entrevistado además repasó el renovado ascenso de la derecha dura y el fascismo en Europa Central y Oriental primero y Occidental después, así como en Rusia con la alianza entre la Iglesia Ortodoxa y un nacionalismo con componentes estalinistas y zaristas, en un proyecto capitalista.

Simultáneamente, “China le cambia la configuración geopolítica al mundo a pasos agigantados”, todo como expresiones de “las transformaciones” que está generando “el capitalismo”, que se recicla con base en la crisis del secularismo y el fortalecimiento de las religiosidades conservadoras. El capítulo que comprende a Uruguay en ese proceso es el del surgimiento y extensión en América Latina de “concepciones de rechazo a todo lo que fue la era progresista”, activando “un ciclo que intenta restablecer otra cosa”.

Se afianza en casi todo el mundo el concepto de “el ser humano” como único “responsable de su destino”, concepto que básicamente “rechaza la idea de sociedad y Estado que tiene que tener constitucionalmente funciones de equilibramiento”, concepto que tuvo como vocera privilegiada a la extinta ex premier británica “Margaret Thatcher”, quien lideró políticamente el neoliberalismo decretando el fin del Estado de Bienestar.

Kechichián refirió después a “la crisis política de la Unión Europea” y al cuestionamiento que sobrevuela en torno a su futuro. Redondeó el desarrollo de su exposición expresando que “todos estos fenómenos eclosionan” determinando que “las respuestas que tenía el sistema para funcionar (...) no resuelven” la reproducción del patrón “de acumulación”.

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