La fabricación de la imagen. El caso del rey Luis XIV

Al rey Luis XIV se le conoce básicamente por una afirmación adjudicada a él: “El Estado soy yo”. El que fuera elevado a la altura de un dios por encima de la nobleza, como dueño y señor de la persona y propiedades de diecinueve millones de franceses, nació el 5 de setiembre de 1638.

Su padre, Luis XIII, y su madre, Ana de Austria, interpretaron como una señal de buen augurio que su hijo naciese ya con dos dientes, lo que quizás presagiaba el poder del futuro rey para hacer presa en sus vecinos una vez ceñida la corona.

Muerto su progenitor en 1643, cuando el Delfín contaba cuatro años y ocho meses, Ana de Austria se dispuso a ejercer la regencia y confió el gobierno del Estado y la educación del niño al cardenal Mazarino, sucesor en el favor real de otro excelente funcionario: el habilísimo cardenal Richelieu.

El centro de este cuentito no es Richelieu, pero hago un breve repaso acerca de la importancia de este buen hombre: como primer ministro de Francia, consolidó la monarquía francesa luchando contra las diversas facciones internas. Para contrarrestar el poder de la nobleza, transformó Francia en un fuerte Estado centralizado.

Muerto Richelieu, otro buen hombre, el Cardenal Mazarino, inculcó al heredero el sentido de la realeza y le enseñó que debía aprender a servirse de los hombres para que éstos no se sirvieran de él. No hay duda de que Luis respondió de modo positivo a tales lecciones, pues Mazarino escribió: "Hay en él cualidades suficientes para formar varios grandes reyes y un gran hombre."

Aquel infante ungido rey tan temprano, reinó apenas 72 años. Falleció con 76 años.

Cuando era rey-niño, Francia era un lio, sacudido por confrontaciones internas. Aquellos acontecimientos dejaron una profunda huella en el joven Luis.

Este jovenzuelo arrogante, se convenció de que era preciso alejar del gobierno de la nación tanto al pueblo llano, que había osado invadir su dormitorio, como a la nobleza, permanente enemiga de la monarquía. En cuanto a los prohombres de la patria, los parlamentarios, jueces y abogados, decidió que los mantendría siempre bajo el poder absoluto de la corona, sin permitirles la menor discrepancia.

Luis XIV fue coronado rey de Francia el 7 de junio de 1654, con 15 años de edad.

El 9 de marzo de 1661, al cardenal Mazarino -que tejía detrás del trono- se le ocurrió morirse.

Luis XIV escribió en su diario: "De pronto, comprendí que era rey. Para eso había nacido. Una dulce exaltación me invadió inmediatamente". Cuando los funcionarios le preguntaron respetuosamente quién iba a ser su primer ministro, el soberano contestó: "Yo. Les ordeno que no firmen nada, ni siquiera un pasaporte, sin mi consentimiento. Deberán mantenerme informado de todo cuanto suceda y no favorecerán a nadie."

De ahí a decir “El Estado soy yo”, es un detalle.

El monarca metía mano en todo.

Tenía un trío de ministros que le era fiel: Jean-Baptiste Colbert, François-Michel Le Tellier, marqués de Louvais, y Hugues de Lionne.

Reunía a todos sus ministros todos los días, pero en forma separada, aislados del resto, Luis XIV se reunía con uno de ellos, el más fiel, el más inteligente: Jean-Baptiste Colbert.

Las manos el ministro Colbert.

Si a este rey se le conoce básicamente por aquella afirmación “El Estado soy yo”, es menos conocida la estrategia que se instrumentó para construir su imagen y gobernar según esa definición de carácter vital: “El Estado soy yo”.

El rey ejercía sus funciones como debe ser: con un interesante régimen de amantes oficiales. Una de ellas fue Louise de La Valliere. La historia dice que esta dama era una muchacha tímida y algo coja, de dieciséis años, que le dio tres hijos ilegítimos.

Y estos tres hijos ¿por quién fueron cuidados? Por Jean-Baptiste Colbert. Falta más. Colbert estaba en todo.

Este señor todo-terreno fue el arquitecto de varias cosas durante 22 años, periodo en que fue ministro de Luis XIV.

La revolución económica que llevó a cabo le permitió armar un ejército capaz de hacer de Francia el estado más poderoso de Europa. Le proporcionó al reino los medios materiales para sus empresas, con las reformas en Hacienda y las medidas proteccionistas de la industria y el comercio.

Jean-Baptiste Colbert -que tuvo tiempo para diseñar el Código Negro, relacionado con la administración del esclavismo en las colonias francesas- fue el constructor de la imagen de Luis XIV.

Me detengo un instante acá. La construcción de la imagen es tan antigua como la vida misma. Reyes, caciques y faraones -entre otros- tuvieron sus cositas.

La profesora de historia del Arte, Daniela Tomeo, acerca su mirada sobre los antecedentes o ejemplos históricos de potente construcción de imagen.

Tras hablar de los faraones y los romanos, se detiene en Mussolini, que toma una imagen de los romanos para construir su propia imagen.

Mas acá en el tiempo, la profesora Tomeo mira Argentina. Y encuentra que el Ara Pacis aparece en recientes billetes.

Me detengo brevemente en dos antecedentes uruguayos de construcción de imagen. El primero data de los años 50. Un joven Eduardo Victor Haedo elegido diputado recibió el siguiente consejo de Luis Alberto de Herrera: “usted siéntese lejos de sus correligionarios pacatos y aburridos. Haga otra cosa”. En los primeros años de los 60, pese a la leyenda que se estaba construyendo sobre Cuba y el Che Guevara, Haedo invita al Che Guevara a tomar mate a su casa.

Y ahí está la histórica foto de ambos tomando mate en la denominada azotea de Haedo. Se le adjudica a este dirigente la siguiente frase: “no importa que hablen mal o bien de mí, el tema es que hablen”.

Más acá en el tiempo, un bisoño legislador, pero no joven, llegó al Palacio Legislativo en motoneta y en sus primeras declaraciones dijo: “algunos vienen a trabajar de llovizna; yo vengo a trabajar de chaparrón”. Después pasó lo que pasó con este gran comunicador que se llama José Mujica Cordano.

Después de ese repaso por la historia vieja y reciente, volvemos a nuestro bien amado Jean-Baptiste Colbert.

Hay un interesante libro de Peter Burke –“La fabricación de Luis XIV”- que con minuciosidad describe el instrumental utilizado por este rey para ser una figura de relevancia en su reino y más allá de los mares.

A diferencia de los reinos británicos de Inglaterra y España de aquellos años, el de Francia su rey era hijo de una decisión divina. En los otros dos países la parodia decía que los reinados surgían del pueblo.

Colbert fue un maestro. Durante 22 años el tipo armo una agencia de publicidad en los castillos del reino, coordinó con los creativos, definió las plataformas para enviar el divino mensaje y, fundamentalmente, trazó el master plan. La imagen del rey tenía que ser coherente con la definición política suprema: el Estado soy yo. El mensaje clave es ese.

Fue entonces que mandó hacer monedas, billetes y medallas con la imagen del rey; convocó a pintores para reproducir la imagen del rey; llamo a escritores y artistas de teatro para la realización de obras referidas al monarca y resolvió promover un diario, “La mercure galant”, que reproducía el relato de Luis XIV. Hermoso. De la pluma de Colbert surgió una interesante definición propagandística: “El retrato del César es el César”. Así fue que el taller de Rigaud -artista de la corte- tuvo laburo abundante porque hizo varios cuadros del monarca para colocarlo en los lugares relevantes del Estado francés.

Los escritores Moliére y Racine y el músico Lully resaltaron su gloria, como también las obras de arquitectos y escultores. Como buen rey, se mandó su palacete rodeado de jardines. Así nace el nuevo y fastuoso Palacio de Versalles, obra de Luis Le Vau, Charles Le Brun y André Le Nôtre. Versalles fue el escenario perfecto para el despliegue de pompa y para la sacralización del soberano y exhibir allí su hermosa cabellera enrulada. Falta más.

El artista del poder

Es interesante detenerse en la obra del artista plástico Rigaud. Este pintor fue como todos los pintores del poder antes de la fotografía. Digamos: fue el Blanes de Luis XIV.

¿Por qué menciono al pasar a Blanes? Porque los pintores del poder siempre pintaron lo que el cliente decía. O sea: el cliente era un monarca que ganó batallas y entonces el pintor lo pintaba encima de un caballo blanco, blandiendo una gran espada y sus enemigos desparramados en el suelo.

Busquen en la historia de los héroes, reyes o zares, lo que sea, y verán que están erguidos montados en un caballo hermoso, liderando a la barra. Por ejemplo, cito las obras que Blanes pintó a Urquiza, en Entre Ríos: hermosas pinturas con Urquiza liquidando a sus oponentes. Eso es construcción de la imagen, es como ir a comer un asado con obreros. Nada cambió.

Volvamos a Rigaud.

Seguramente instruido por el gran Colbert, Rigaud fue el pintor de las poses
impresionantes y una presentación grandiosa de Luis XIV y se ajustaba perfectamente a los deseos del rey.

Los miembros de la realeza, embajadores, clérigos y cortesanos que posaron para él.

Lo fundamental de su clientela lo obtuvo en los más ricos ambientes, entre los burgueses, financieros, nobles, industriales y ministros. Su obra ofrece una galería de retratos casi completa de los dirigentes del reino de Francia entre 1680 y 1740.

La escuela de Rigaud fue tan impresionante que la estética de los cuadros de los reyes que andaban en la vuelta, fueron similares: la persona de medio perfil, mirando a la “cámara”, una pierna derecha firme, en segundo plano, y la otra adelante, la izquierda, ligeramente flexionada. Y todos, absolutamente todos, con un bastón de mando en su mano derecha. La mano izquierda aparece apenas posada en la cintura. La composición de la obra de Luis XIV es perfecta. Los colores empleados y los recursos que rodean la figura humana, son magníficos.

El retrato de Rigaud, de Luis XIV de 1701, se exhibe en el Museo del Louvre de París, que está abriendo por estos días.

No se sabe si el rey compartió almuerzos con los obreros que construían el Palacio de Versalles y sus honorables jardineros. No hay registro de su artista predilecto, Rigaud, sobre esa posible imagen gastronómica.

Un detalle final: hace poco el ministro del Interior mandó hacer decenas de cuadros con la foto del presidente Lacalle.

La profesora Tomeo habla de los antecedentes de Luis XIV sobre los retratos:

 

Jean-Batpiste Colbert.

Rey Luis XIV (Obra de Rigaud).

GEORGE BRASSENS/La balada de los idiotas felices

Linng Cardozo.
15 de julio de 2020.

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