La irrelevante existencia de la carne.

Foto : Federico Gutierrez La Diaria

Noche de sábado. Montevideo. 

El cuerpo y el alma. La carne y el espíritu. Lo que está, lo que no está, y lo que está sin estar porque no puede desaparecer. 

Parque Batlle.

No hay nadie. 

No hay absolutamente nadie.

No hay un solo pedazo de materia de lo que fue.

Nada. Ni una gota de sudor. 

No hay en el escenario del Velódromo en este sábado 24 de setiembre, un solo pelo, un solo pedazo de carne, de piel, de grasa, de músculo, de nada que haya estado alguna vez ni remotamente cerca de ser parte de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

Ninguna mano, ninguna boca, ningún pie, ningún dedo. Nada, lo que hay sobre el escenario es un montón de cachos de carne definitivamente ajenos. No está el Semilla Bucarelli, no está Walter Sidotti, no está Sergio Dawi, no está Willy Crook, no está Rocambole y obviamente no está Skay y no está el Indio.

 

Nada. No queda nada.

Nada. No hay nada.  

 

Nadie de los que está en el escenario estuvo en la Cofradía de la Flor Solar, ni en los reductos hippies de La Plata en el 70, ni fue bufón, ni repartió buñuelitos de ricota, ni estuvo en bares ocultos, ni París, ni Hendrix, ni Luca, ni nada. Nadie dijo solos y de noche, nadie dijo no damos notas, a nadie se le fue de las manos, nadie fue a ver que pintaba en su pared la tribu de su calle primero, y de su manzana después, de su barrio, de su ciudad, de su provincia, de su país. Nadie fue el Rocanrol del país. Nadie  El escenario del Velódromo está absolutamente desprovisto de carne ricotera. No hay nadie.

 

Nada nunca nadie. Y todos siempre todo. 

 

Porque aunque no hay nadie, sin embargo estamos todos. Quizás porque nadie es perfecto, entonces nadie nos volvemos todos. El Velódromo está lleno de nadie, repleto de absolutamente nadie, no cabe un solo alfiler en un campo lleno de nada, donde está todo.

 

Las previas argentinas transforman el Parque Batlle, y a nosotros todavía nos queda raro eso de convertir la noche del show en un largo día. El mandamiento uno del rock de barrio dice que el recital es el final de la fiesta, no el principio, y definitivamente no la fiesta toda. La piedra con la palabra de Dios fue esculpida en el conurbano bonaerense y obliga a que el asado sea lo más temprano posible, el fernet lo más abundante, la música lo más fuerte, y la bandera lo más casera. Mientras caminamos por la delgada línea de la envidia y lo que somos, nos preguntamos si finalmente nos animaremos a prender fuego los pastos del Parque de los Aliados.

 

Todos. Absolutamente todos, para ver a nadie. Es cierto que los Fundamentalistas son las joyas de la corona del rock argentino, sus currículums dirán que todos allí estuvieron con Manray, con Fito, con Calamaro, con Pappo, con Ceratti, con Hilda, con Cantilo. Con todos. El que no cose borda. El que no corre vuela. Y sin embargo, no importa. Hay que ver lo que no está, ni más ni menos. Todos están ahí para entregarse a lo que no existe. La misa se ha vuelto más misa que las propias misas, que las de sacerdote, vino y hostia. La misa ricotera se vuelve literal en los estertores de Patricio Rey. Adoradores de un dios que nunca vimos, nos entregamos a los representantes flacos y pelados que envió a la tierra, y sin ellos simplemente, “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, lleno de gracia y de verdad”. El evangelio según San Juan, 1-18.

 

Los Fundamentalistas empiezan decididos a recordar que Los Redondos son baile, algo que a veces nos olvidamos, y de a poco se vuelve tranquilo pogo en el Velódromo, donde el calor de los cuerpos respira tierra densa en el aire. El calor sale del pecho de los que se abrazan, el pogo se vuelve el lugar más cuidado del mundo, nadie se cae, nadie se lastima, nadie se toca, salvo para abrazar desconocidos, las banderas de peñarol y nacional se entrecruzan, los argentinos son uruguayos y los uruguayos son argentinos. Todos se ayudan, porque todos son nadie, y se necesita de todos para poder diluirse en la multitud hasta volverse nadie. 

 

Arriba, los fundamentalistas confirman que hay algo de irrelevante en la existencia de la carne, todo radica en el misterioso espíritu de las cosas que jamás podremos definir. No importa que ni un cacho de carne del escenario haya sido redondo, porque la carne no es nada. Todos hemos acordado en este sábado 24 de setiembre de 2022 que aunque no hay nada, hay todo, que aunque entre ellos no hay ninguno, los nadies somos todos, que aunque no hay Indio y no hay Skay, hay Redondos. 

 

En todo caso, la carne somos nosotros, no es de nadie, es de todos. El pogo lo confirma. Si Patricio Rey era una entidad supracarnal que regenteaba el espíritu de los redondos, ahora hay una entidad ultracarnal, multicarnal, llamada pogo, tribu, ricoteros, gente, pueblo redondo, feligreses, siempre en plural, nunca callados, las bandas que vamos, rajen del cielo, son los que llevan en sus pedazos de carne el verbo y el vino. Están solos, no hay nadie, este asunto está ahora y para siempre en sus manos.

 

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