Las condiciones de reclusión extremas no pueden con una necesidad tan humana como la conversación. Ni siquiera cuando esas condiciones las ponen los militares de la dictadura y quienes buscan conectarse eran el Ruso Rosencof, el Ñato Huidobro y Pepe Mujica. En diálogo con Info24, el Ruso Mauricio Rosencof contó cómo crearon un sistema de códigos y palabras a golpe de nudillos contra la pared.
En prisión, aprendieron a comunicarse a golpe de nudillos. Una noche, contó Rosencof a Info24 (lunes a viernes desde las 06:30 horas), los largan a un camión y, por quejidos y puteadas, el Ruso reconoce las voces del Ñato, del Pepe y otros. A partir de ese momento, fue un recorrido de 11 años en calabozos, bajo tierra.
En Santa Clara del Olimar, el Ruso se da cuenta de la ubicación exacta del Ñato y de Pepe, justamente, por los gritos y las puteadas. Tenían ganas de comunicarse. En un momento, escucha un golpe intencional. Era el Ñato, que quería avisar de movimientos en el cuartel. Era Navidad o Fin de Año, no recuerda bien.
El Ruso se sienta en el piso del calabozo de 1×1. Observa desde la mirilla de “Polifemo”, la puerta del calabozo bautizada así porque crecía un extraño hongo, y le devuelve el gople como diciendo: “si me estás llamando por teléfono acá estoy levantando el tubo…”. Y los golpes se repiten entre espacios de silencio.
Eran golpes intencionales. Fue anotando en la pared la cantidad de golpes. Cuando terminó la secuencia, se dio cuenta de que El Ñato le estaba enviando un mensaje. El Ñato sabía que, si El Ruso encontraba la respuesta de los primeros golpes, iba a deducir el resto de la clave a través de la fecha. Mirando la pared, lo primero que pensó Rosencof fue que era el abecedario.
Los primeros golpes correspondían a la letra “F”. Seis golpes, la felicidad. De allí a identificar el abecedario. Pero golpetear las últimas letras del abecedario era ya como llenar de golpes la pared, como si fuera “la piqueta fatal del progreso”, así que decidieron simplificarlo a grupos de cinco letras eliminando las que habitualmente no utilizaban.
“A, B, C, D, E”. Un golpe al principio, el primer grupo de cinco letras. Es decir, “C” era igual a un golpe, silencio, y tres golpes seguidos. Y aquello se convirtió en “una computadora”: “nos contamos de la vida, la salud, las novias, los planes, terminamos creando brigadas internacionales desde Los Andes y que bajaban haciendo la revolución; nos contamos historias, nuestros dolores, de esas historias que necesitás contar desde un mostrador y con un compinche, bueno, nuestro mostrador fue un muro vertical”, relató.
El Ruso, El Ñato y Pepe, juntos en Minas; la primera vez que se vieron tras años de prisión y torturas
Juntos, estuvieron en dos oportunidades. Una vuelta, los tres estaban en un cuartel, primero en un calabozo y después en un polvorín. Habían pasado años a la miseria, golpeados permanentemente, con la comida saqueada, etc. Pero escucharon un helicóptero que llegaba; era el Goyo Álvarez y su visita activó un protocolo de atención a los presos. Cuando arribó, el cuartel pasó revista.
El Goyo se paró delante de los calabozos, su ojo inspeccionó la habitación desde la mirilla. No abrió. Al otro calabozo, tampoco. Al siguiente, tampoco. Claro, ellos estaban “en avanzado estado de descomposición”, y el Goyo no abrió ninguna puerta. Si la quedaban ahí, a joderse; pero el asunto era que ningún militar quería que alguno de ellos la quedara en su división. Conclusión, los trasladaron al cuartel de Minas a quince días de aquella visita del Goyo. Allí, en el cuartel de Minas, los médicos lo vieron, la mano de doctor pasó por el vientre y empezó a tirar del cuero, que a esas alturas parecía como la tela de la carpa del circo de Sarrasani porque estiraba, estiraba y no se terminaba más.
Allí, el médico le dice al comandante una frase digna de la Eclesiastés: “para tenerlos así, es más humano fusilarlos”. Ese era el estado de los presos.
Así que empezaron a comer mejor. Pepe, por ejemplo, tenía que comer con cucharita. Era un proceso de rehabilitación por dos semanas. Incluso les llevaron libros y les dieron un “recreo”, un plantón al aire libre de capucha y engrillados. Los llevaron a la plaza de armas, les sacan la capucha y podían sentarse y caminar, pero no podían mirarse ni hablar entre ellos. Pepe se puso cara al sol y se levantó los pantalones para tomar todo el sol posible. Así fue aquella vez que se vieron por primera vez después de años.
En Memorias del Calabozo se cuenta la vuelta cuando Pepe se rayó y dejó de conversar porque pensaba que lo estaban escuchando. Era lógico, según Rosencof, patinar en esas extremas condiciones. “¿Cómo se te podía ocurrir que unos meses después uno iba a ser presidente y el otro ministro de Defensa?”, finalizó.