El 13 de mayo de 1930, un escalofrío atacó la espalda del diplomático uruguayo Enrique Buero: ninguna selección europea se había apuntado al primer mundial de fútbol. La justificación: el oneroso costo del viaje en barco hacia Uruguay, sede del campeonato. Así que el veterano embajador se puso a trabajar.
La idea surgió en 1905 y fue retomada en 1921, al asumir Rimet la presidencia de una Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) que contaba únicamente con 20 países miembro. La idea de un mundial separado de los Juegos Olímpicos se concretó en 1928, en plena disputa de los Juegos en Colombes, y la sede se fijó en enero del año siguiente.
Pero la negociación se movió en un contexto agitado. Años antes, italianos, húngaros, austríacos y los por entonces checoslovacos, propusieron una copa europea, pero Rimet impidió su gestación, según el libro “36 mentiras de Jules Rimet”, del franco-uruguayo Pierre Arrighi. En 1929, Italia presentó una propuesta que no dejaba rédito económico a la FIFA, mientras Uruguay dejó a estudio otra en la cual el país pagaba todos los gastos.
La meta de Rimet, señala el libro, era negociar una propuesta a medio camino de las dos y que se organice en Francia. Pero Italia comprendió la maniobra y bajó su candidatura en favor de la uruguaya. Pero el problema recién empezaba porque, mientras los discursos eran de apoyo al nuevo campeonato mundial, la cúpula dirigencial francesa y el propio Rimet elevaron las solicitudes a Uruguay para romper las posibilidades de organizar la copa del mundo en nuestro país. El objetivo era reflotar la copa europea y, si era posible, jugar otra copa intercontinental entre dos europeos y dos sudamericanos.
El factor clave fue el plenipotenciario uruguayo en la sede de ese congreso barcelonés, Enrique Buero. Vicepresidente de FIFA y embajador del gobierno, utilizó sus contactos políticos para presionar al mundo del fútbol. Primero fue Bélgica y después el propio subsecretario francés de Deportes, Henrí Pathé, ordenó a Rimet que siga con el plan original y envíe a la selección francesa a Montevideo.
Con ambas confirmaciones en la mano, Buero viajó a Rumania y Yugoslavia. A dos meses del mundial de 1930, no había selecciones europeas; fueron las negociaciones del diplomático uruguayo las que concretaron esta historia que, el 20 de noviembre, escribirá un nuevo capítulo en la historia de los mundiales.